lunes, 10 de mayo de 2010

Shakespeare en el escenario argentino

por LUNES
William Shakespeare, no hace falta agregar más, su nombre lo dice todo. Es el dramaturgo más grande del mundo y, contrariamente a la mayoría, también lo fue en su momento. Estuvo en el centro de todas las épocas desde el siglo XVI, tanto para servir de ejemplo como para alejarse de él. Esto también es parte de su grandeza y de una “universalidad” que destacan todos los autores que lo tratan. El carácter universal de Shakespeare se relaciona sobre todo con la adaptabilidad de sus obras a cada momento social o histórico en que se lo represente. Es por esto que también se le da a su obra un carácter de “atemporal”.

Desde el siglo XVII y por dos siglos se reformó su obra para que pudiese ser tomada para los propósitos del momento. En 1681 Nahum Tate cambió el final de Rey Lear; casi un siglo más tarde se modificó gran parte de Hamlet; se le han hecho duras críticas en la España del siglo XIX; se lo ha re-escrito en las novelas femeninas inglesas; sus historias fueron llevadas al cine; Jorge Luis Borges lo ha usado en sus narraciones y ensayos.

No cabe duda de que William Shakespeare es el autor más conocido del teatro, para Harold Bloom es el centro del canon de la literatura occidental . Jan Kott expone que “cada época encuentra en él lo que busca o quiere ver”. El crítico destaca la utilidad que se le dio a Shakespeare en el melodrama del siglo XIX, en la tragedia doméstica inglesa, en la ópera oriental, en el teatro ruso, en la novela, entre otros. También lo hace Pilar Hidalgo que ubica al dramaturgo inglés en “el paradigma estético del posmodernismo”.

Las distintas épocas han tomado algo o todo de Shakespeare, así también ha sido en distintos países: Japón, Inglaterra, Alemania y Argentina. Se han representado las obras de este autor más de una centena de veces en el teatro argentino. Cada cual que se encargue de llevar a Shakespeare a los escenarios lo resignifica de acuerdo a los fines de la época. Pero lo que siempre pone en escena en sus obras es “el gran mecanismo de la historia”. La historia se presenta círculo vicioso, en el que la llegada al poder está manchada de sangre y traiciones. Las tragedias shakesperianas remiten, para los argentinos, a heridas que vienen quedando abiertas a lo largo de la historia y que comprometieron, y lo siguen haciendo, el futuro.
Shakespeare no es la mera distinción entre los buenos y los malos. Cada personaje posee una moral distinta, repulsiva, como Ricardo III, o no, como Otelo. En tal sentido, Federico Arzeno destaca que el teatro argentino ha “estupidizado” muchas veces a Shakespeare al presentar a sus personajes como representantes de lo bueno y lo malo, dejando de lado ese “gran mecanismo” del que habla Kott. El gran dramaturgo de occidente es más que eso: es la condensación de las miserias humanas, de las pasiones más profundas, de las problemáticas más variadas.
Sin lugar a dudas los personajes creados por el dramaturgo del centro del canon quedan en la memoria colectiva y lo seguirán haciendo a través de los siglos. Argentina se anima a escenificar a Shakespeare porque le cabe el “gran mecanismo” y las necesidades humanas. Su obra parece escrita hoy, y se reinterpreta de acuerdo a las situaciones y las particularidades del momento. Así ha pasado en todas las épocas y a través de todas las regiones. “Todos somos Shakespeare” .

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