El país de Nunca Jamás

por LUNES

Esta entrada iba a ser acerca de otra cosa pero, como me pasó otras veces, decidí cambiarla. Esto que se debe a que el sábado fue mi cumpleaños, uno de los días del año que más me gusta. Pero no es por los regalos, o la comida, o lo dulce, o el ritual de rellenar las medialunas con mi hermana. Sino que es uno de los días que más me gusta porque se hacen presente las personas que más quiero y se acuerdan de mí algunos impensados. No es que me guste ser el centro de atención pero me gusta tener reunida a los que más aprecio.

Este año fue muy particular. Cumplí 23, un número que me preocupa un poco. Hasta los 22 me sentía igual que a los 21. Ya acercándome a los 23 me empecé a plantear cosas que debería estar haciendo o pensando en mis (futuros, en aquel momento) 23. Sobre todo me cayó la ficha cuando decir “tiene mi edad” ya no significa que tal o cual persona es chica para hacer tal o cual cosa. Antes uno/a de 25 me parecía grande, ahora “tiene mi edad”.

Igualmente este trauma me agarra a veces, aunque cada vez un poco más. Este año por primera vez me preocupo por la edad y pienso en cumplir para atrás a partir del año que viene. Pero fuera de todo esto me siento en edad para poder hacer muchas cosas. Pero esto no es a donde quería apuntar.

Esta entrada está dedicada especialmente a las que hicieron del 12 de febrero uno de los mejores días de lo que va de este año. Mi cumpleaños fue una especie de festejo de casamiento gitano: duró varios días. El 11 llego mi amiga de Rosario y me acompañó a la casa de una de mis mejores amigas porque era su cumpleaños, después salimos a bailar. Como es costumbre todos los años, me saludaron después de las 00.00 –a pesar de que no me gusta, pero es inevitable que pase-, soplé la velita y seguimos la velada.

Ya el día de mi cumple nos despertamos al mediodía, me esperaban unos mates recién hechos y mis regalos: un libro que yo había pedido, un chaleco, una tarjeta. Luego llegó mi regalo matero. Vi un sobre proveniente de San Juan, inmediatamente supe que las locas de mis amigas habían estado pensando en mí. Cuando lo abrí, con una sonrisa gigante en la cara, lo primero que vi fueron dos fotos de dos jugadores de pato que me encantan (baba), después vi un cuaderno muuy gordo y luego una carta y un chip de celular. No me había dado cuenta pero el sobre también estaba lleno de golosinas.

No me pude sacar la sonrisa de mi cara mientras sacaba las cosas, mientras leía en el cuaderno la historia de una princesa. Debo confesar que nunca me sentí demasiado princesa, nunca pretendí que me trataran como tal pero al leer ese cuento de .......cienta me animé a sentirme así. Llena de princesas amigas, con los príncipes patistas que van y vienen, llenas de las cosas que un miembro moderno de la realeza cuentística debe tener: internet, charlas, amigas, hombres, música. No le faltó nada la historia creada por mis amigas, hasta incluyó un par de autografos sorpresivos y un chip para que estemos más comunicadas (sisi, más).

Nunca me sentí princesa pero si así va a ser mi tratamiento real no me quejo. Es más, me puedo acostumbrar enseguida a estas muestras de cariño sincero. Porque ver sus letras en el papel, a pesar de que JUEVES diga que tiene letra fea, a pesar que no hayan conseguido algunas fotitos y hayan tenido que reemplazarlas por otras (la del pelado de CQC me causo mucha risa), todo el amor que volcaron en esas hojas me hace querer cumplir años todos los días. Me hace olvidar la idea de empezar a cumplir años para atrás, me hace alejarme del país de Nunca Jamás o, por lo menos, llevarlas a matear conmigo.

Esta entrada es muy personal pero quería compartirles lo GRANDES que son mis amigas., sobre todo estos días que las necesito tanto... A ustedes... LAS QUIERO