El próximo viernes voy a estar escribiendo desde el Sur. Mi año comienza cuando vuelvo a casa. En el sur, con las calles que conozco, el regazo de mamá, los chistes de papá, los domingos en casa de mis abuelos, los comentarios graciosos de mi hermana, las amistades de tanto tiempo, los mates a la madrugada, la alegría de respirar ese aire que tan bien me hace.
Volver me ayuda a encontrarme, pero no porque quiera volver al pasado, sino todo lo contrario. Ahí comienzo a relajarme, recuerdo quien soy, que quiero, por qué me fui, pienso en mis proyectos y sumo otros. Encuentro mi centro. Y sé que esta de acá soy yo. Que lejos de casa también soy feliz, también acá me acompañan todas esas cosas que dejo atrás y sumo. Buenas juntas, gente que me quiere, experiencias, confianza en mí, libertad.
Cuando estoy acá extraño mi casa, mi hogar. Pero cuando esté allá sé que algo de mí, una parte de la que ya me apropié no la tengo cerca.
Mucho se ha metaforizado sobre la vida como un viaje, en libros y películas. Pero IR no vale mucho si no recordamos de dónde venimos y por qué nos fuimos. Y mi viaje es IR y VENIR, todo el tiempo, sabiendo que extrañar es bueno, dejar algo de nosotros en diferentes lugares nos hace crecer.
“Irse no es nada, la cosa es darse cuenta que hay una mecánica del chicle, que te has quedado adherido y te vas estirando” (Julio Cortázar)
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