Viernes: Mujeres

Todas las mujeres de la familia (por el lado de mi mamá) son de libra. Todas menos yo. Mi abuela, mis tías, mi prima, mi hermana, mi mamá. Todas librianas, muy librianas. Para esta semana podía elegir hablar sobre mi mamá, a la que amo y tuve lejos este día de la madre. A mi abuela, que hubiese cumplido años pero ya no está. O sobre mi hermanita, que cumplió quince años esta semana. A las tres las amo, las admiro y les agradezco dejarme pasar por su vida.
Siempre me sentí fuera de su círculo librinano. Ellas compartían algo que yo no. Pero, pensando en esto me di cuenta de que una es también las mujeres de su familia. A la larga, soy mi abuela, mi mamá y mi hermana. Me descubro en ellas, y me lo guardo. Sufro y me alegro por ellas. Vivo cosas que jamás viví, pero las llevo en mi ADN. La vida de las familias muchas veces es cíclica. Mi abuela jamás conoció a su padre, uno de los grandes secretos familiares. Debe haber sido feo no tener idea. Y el día que falleció apareció una prima de ella, que mientras estábamos solas con mi mamá, a las 4 de la mañana, en la cochería frente al ataúd, nos contó cosas que no sabíamos. Cosas de la infancia de mi abuela, pequeñas travesuras, incluso pistas que mi abu no supo en vida sobre quién era su padre. Y la familia es cíclica, lo repito: mi tía fue madre soltera, mi primito no conoce a su papá. Pero, hay que reparar lo que el pasado no deja curar: hace casi un año decidió hacerle juicio por paternidad, y todavía no se soluciona, pero él va a saber quién es el padre, esta vez va a haber nombre, apellido y rostro.
Mi mami se fue muy joven al sur, sola, consiguió trabajo, se casó y formó una familia allá, lejos de los suyos. Se escribían con mi abuela, y se veían en las vacaciones. Admiro su valentía, su fuerza, su apoyo incondicional. Yo me vine a estudiar al lugar en el que ella nació, veo a la familia y las calles que ella añora a diario, todavía no sé hacia dónde me llevarán los vientos, pero sé que ella está siempre conmigo, dándome fuerzas, rezando por mí.
Cuando tenía siete años, mi mamá me preguntó si quería tener una hermanita. Mi respuesta de hija única que la pasaba bien fue un rotundo NO. Poco importó mi opinión, porque mi ella ya estaba embarazada. Dicen las malas lenguas que quien les escribe hervía de celos. Debe ser cierto, porque no tengo imágenes mentales de mi mamá embarazada. Cuando Sister’sViernes nació me cambió la vida. Era preciosa, y lo sigue siendo. Heredó los ojos verdes (que yo no), el pelo más claro, mejor piel, mejores lolas, y una energía que enciende a quien la conoce. No lo digo porque la ame, lo digo porque es verdad. Ella canta, actúa, mete su nariz en todo, no tiene vergüenza ni pelos en la lengua, es valiente, extrovertida y graciosa natural. Somos extremadamente diferentes, pensamos y hacemos cosas diferentes. Que ella haya cumplido 15, quiere decir que yo tenía esa edad hace ocho años. OCHO años. Y todavía conservo amistades, hago las mismas cosas, y recuerdo gente de esa época. La veo crecer, meter la pata, llorar océanos, hidratarse y volver a llorar. La veo iluminar mi vida y la de la gente que la conoce. Me cuenta todo, y su confianza me hace sentir bien. Quisiera protegerla de todo lo que la pueda dañar, alejar todos los fantasmas que puedan perseguirla, dar mi vida ahora mismo si eso me asegurara que va a ser feliz siempre. Pero sé que es imposible, sé que va a equivocarse, que va a haber gente que la va a herir, que va a tener dudas que va a tener que solucionar sola. Pero ella sabe que yo estoy acá siempre, extrañándola y peleando por teléfono. Poniéndole frenos a su alma revolucionada, avivando su fuego interno cuando esté decaída, porque la amo y se lo debo por hacer mejores mis días…
Espero no haberlos aburrido, pero creo que cada mujer es muchas mujeres al mismo tiempo, las que nos preceden, las que llevamos en las venas, las que nos rodean porque las preferimos, nuestras hermanas de sangre, y nuestras hermanas elegidas, somos ellas y ellas también nos llevan por ahí.