Aquí Viernes reportándose. Sin novedades en el frente. Con
dudas por los flancos derecho e izquierdo y la misma sensación de rareza que no
se (nos) va. En la última semana sin cursar, y con una desilusión increíble (de
mi misma) opté por no levantarme de la cama, leer (poco y en la cama), asomarme
al mundo para prepararme un café (que tomé en la cama),o buscar rodhesias (que
no comí en la cama porque es un asco) y entrar en breves (pero graves) ataques de
llanto. Y esa fue mi rutina desde el domingo hasta hoy. (a excepción de breves
ráfagas de realidad: el miércoles porque
tuve clases y cené con Jueves y del martes porque vi a Pochoclo e iluminó estos
días grises)
¿Qué doy pena? Si, doy pena. ¿Qué no puedo vivir a café, té,
sopa y rodhesias? Si, sé que no debo. ¿Qué me pasa? Ni idea. ¿Creo que así lo
voy a solucionar? Sé que no. ¿Entonces? Entonces, nada, no tengo ganas. Ni de
pensar, tomar decisiones o de hacer algo. Quiero estar con mamá pero no puedo.
Quiero viajar pero no puedo. Quiero ser inteligente y constante y no lo soy.
Quiero estar enamorada pero no le intereso a nadie. Quiero todo lo que no soy,
tengo o puedo. Así que la cama es mi aliada número uno para no pensar, sentir o
volverme loca. Es la mejor idea que se
me ocurre.
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