lunes, 19 de noviembre de 2012

Come back

por LUNES

Sí, LUNES ha desaparecido. Es una época difícil del año y yo me acordé que estoy cursando una carrera y que me tenía que poner las pilas. Les dejo mi crítica sobre Macbeth


La actualidad de un Shakespeare

Proscenio y butacas se llenan de humo para recibir a las Brujas, cuya predicción guiará toda la obra hasta su desenlace. De negro, con ropa que incluye mini-faldas, medias de red y guantes rotos, aparecen tres esbeltas rubias. Empiezan a hechizar al público con danzas al son de una melodía que mezcla sonido de tambores con música electrónica.

Esta son algunas de las actualizaciones que propone el director, Javier Daulte. El vestuario se aleja del que pudiera imaginarse para un clásico shakesperiano. Ropajes de cuero y jeans oscuros se mezclan con trajes, corbatas y camisas. Se aparta de ese “verismo arqueológico” que Roland Barthes caracteriza como una “enfermedad” de la indumentaria teatral. No intenta imitar la ropa de la época, eso sería una mentira y no dejaría lugar a la “imaginación creadora” del espectador.

El escenario está casi en su totalidad cubierto por estructuras de hierro, que se acercan más a una fábrica que a un castillo escocés. Ellas se van movilizando en las distintas escenas y están en constante diálogo con la actuación. También lo están las luces, cuyos colores van acompañando, sobre todo, los cambios producidos en el protagonista.

Para el director, es un misterio que esta obra “se revisite una y otra vez”. La traducción de Daniel Zamorano trae a la actualidad el texto dramático, que se desarrolla en un castellano rioplatense. Esta puesta pone en manifiesto eso que dice Jan Kott cuando destaca que cada época halla en el escritor del centro del canon literario (tal es Shakespeare para Harold Bloom) “lo que busca o lo que quiere ver”.

El argumento es conocido: Macbeth (Alberto Ajaka) y Banquo (Agustín Rittano) son bienvenidos como los héroes que han salvado el reinado de Duncan (Alberto Suárez) de los rebeldes. En el momento de su llegada, las Brujas (Letizia Mazur, Débora Zanolli y Margarita Molfino) anuncian que Macbeth será nombrado Barón de Cawdor y luego rey pero que los hijos del otro reinarán el territorio. Luego de contarle a Lady Macbeth (Mónica Antonópulos) y de descubrir que los primeros designios se cumplen, comienza a transitar el camino de la muerte, del que ya no podrá volver: “las malas acciones se nutren de acciones peores”.

La ambición del protagonista es alimentada por su esposa, quien lo guía hacia el homicidio. Sus manos y sus vestimentas se ven manchadas de sangre. En un banquete de coronación que parece más un velorio (por los ropajes negros de los asistentes) aparece ella con un vestido rojo y su marido con un traje negro al cual le cruza una franja roja. Nuevamente, la vestimenta está al servicio del espectador: funciona como argumento.

En relación con la actuación, se destaca la de Ajaka quien expresa con claridad cada cambio de “el demonio de Escocia”. Aquel que se ubique en las primeras filas podrá ver el enrojecimiento del rostro y las lágrimas que lo recorren, posibilitados gracias a un notorio trabajo de respiración. Otro destacado es Martín Pugliese en su rol de un gracioso portero, único personaje que interactúa directamente con el público y que corta la acción en un momento de suma tensión. Su monólogo es trasladado a nuestro tiempo y modifica el texto dramático original. Guiños como “y encima quieren que los llamen encargados” traen a nuestro aquí y ahora a este personaje y al resto de la obra.

Shakespeare expone la historia como un “Gran Mecanismo” en el que la llegada al poder está marcada por la muerte y la infamia. Macbeth debe culminar como lo dicta la máquina, como protagonista de las tragedias, para que el ciclo de asesinatos vuelva a comenzar. Luego que el orden se restablece gracias a Macduff (Luciano Cáceres), las Brujas retornan al escenario y vuelven a hechizar con esas danzas del principio, preparando para el inicio de una nueva historia.


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