El fin de semana pasado fue justamente lo que no vengo
necesitando. Bueno, eso es redundante en un año en el que todo viene saliendo
mal. Por eso, necesitaba que este finde no me hiciera pensar mucho en nada.
Pero como yo propongo y el universo esta emperrado en no fluir conmigo, fue un
fin de semana de mierda. A mis amigos se los tragó la tierra. Uno descubre que
cuando está en el fondo del pozo, está solo. En fin, un fin de semana para el
olvido. Encima una amiga tuvo una complicación que la obligó a estar en cama absolutamente.
Así que decidimos deprimirnos solas en compañía
y nos sentamos frente a la tele en una maratónica y silenciosa sesión de películas
que comenzó con “como perder a un hombre en 10 días” (primer ouch), “simplemente
no te quiere” (segundo ouch), “Orgullo y prejuicio” (Mark Darcy no existe,
tercer ouch) , una en la que Jennifer López mata a golpes al hijoeputa del
marido (esa la disfruté un poco más) y culminamos el domingo viendo “Sex &
the City, la película”.
Y ahí estaba yo, mirando a un montón heroínas disfrazadas de
mujeres comunes, todas plenamente irreales y tapando esa mentira del amor,
llorando (porque además de tener el corazón roto nunca voy a poder ser diosa
como todas las protagonistas de las pelis, ni voy a tener esa cantidad de
zapatos y ropa), cuando, en mitad de la última película, Carrie le pregunta a
sus amigas :
-Cuándo volveré a reír?
Y yo me pregunto cuándo voy a dejar de llorar.
Uno se desangra, pero no se deslágrima. Un mes y medio
llorando todos los días y no para. A veces empieza de la nada, llegando a casa,
leyendo, casi siempre cuando me baño. A veces cuando me despierto, otras cuando
estoy hecha un nudo de desconsuelo a punto de dormir. Esta angustia constante
es casi normal ya, y no me gusta. Envidio con cada fibra de mi ser a Mimi Maura que puede cantar alegremente que ella no llora más.
A todo el resto le puede parecer una exageración. Estoy de
acuerdo. Ya estuvo. Ya aburrí. Hace bien llorar, pero esto se está yendo al carajo.
Como todo en mi vida.